miércoles, 13 de febrero de 2013

Los Ararás en Cuba (4)


OSAÍN
Para las creencias africanas el monte representa el mayor santuario natural donde residen las fuerzas más poderosas de sus religiones. Así en la Regla de Ocha el verdadero dueño del monte es Osaín Agguénniye, que de la tierra de Oyó pasó a la tierra de los ararás. Ellos lo mencionan como Yebú o simplemente como Osaín. Este espíritu salió de la tierra; no es hijo de nadie. Aparece como un ente tuerto, cojo y manco. Tiene un pie, el derecho; un brazo, el izquierdo; y posee una oreja muy grande y una muy chiquita. Por esta última es que lo oye todo. Da saltos para caminar apoyándose en un bastón de raíces tejidas. No se le entiende casi lo que habla. No desea mujeres, no las necesita. Tiene a Hebioso como su gran amigo.


Puede habitar Osaín en un güiro al que se dibuja con yeso una cruz y se adorna con varias plumas de distintos pájaros. A Osaín le gustan las mariposas amarillas. Él es el gran poder de las yerbas; el gran curandero. En su mundo viven varias fuerzas como son Eléko, los Iwis, los Yyandó, los Ibayés; así cómo animales sobrenaturales como Kiama, Kolofo y Aróni.

Detrás de la puerta de la Sociedad Africana hablaba Osaín. Florentina perdonaba siempre a los muchachos que por curiosidad se acercaban a oírlo.

La lengua adjá -de la gran familia sudanesa-, determina las raíces del habla arará entre nosotros. Así el canto arará fue recreado por algunas voces que le brindaron especial resonancia. Entre esas primeras voces estuvieron las de Masima y Mañaña Oguó, ararás que personalizaron el canto matizándolo de acentos característicos.

Pequeña, con un sombrero de guano, hace casi un siglo Marcelina Zulueta hubo de ser considerada una de las más grandes cantadoras. Coronada su cabeza por Male(35),  era negra de nación, una arará pura. Fue el tercer gallo(36). Su casa estaba situada en la misma esquina donde hoy convergen la calle San Juan con la Carretera Central. Años después, Vicenta Zulueta, nieta de Marcelina, se convirtió en una destacada cantadora.

Se recuerda, por su voz, a Coromba Zulueta, de origen congo, que tenía hecho a Juguerdá. Vivía en la propia Sociedad Africana y fue criada por Florentina. Con los años hubo de enfermar Coromba; hasta tener momentos en que perdía la razón; entonces, en esas crisis, cantaba sin cesar, días y noches. Hijo de Coromba es Emiliano Menéndez Zulueta, "Quito", actual cantador del Grupo Dahomey Arará, que es el quinto gallo, y el último hasta ahora.

Cuando muere un practicante del rito arara, se le acuesta sobre una estera y se le corta un poco de pelo. Este se pone en una jícara. Se le añade quimbombó seco o hilo fino de coser y se tapa con un paño blanco y negro.

La ceremonia fúnebre continúa después, cuando suena el joba pakututó, que es un platón de agua y aguardiente donde se pone una jícara grande virada boca abajo, la que se toca con dos palitos. Entonces, entonan los cantos de muertos, que son como cincuenta.(37)

Cerca de noventa años tiene Ramona Peraza Zulueta (para la religión africana Obá Tolá), quien es dueña de la palabra:
"Florentina era mujer muy dulce. Le gustaban los niños, aunque la vida no se los dio. Crió a Digna, la madre de Victoria Zulueta. Hablaba un español clarito. No era muy chiquita ni muy delgada. Usaba medias y argollas. Tenía mucha ropa de guinga con vuelos y plisados.                       
  
"El esposo de Florentina se llamaba Ta Facundo, también arará, cuyo santo era Malé. El primero de enero celebraban fiesta.
"A Florentina se le saludaba con los brazos cruzados e inclinando la cabeza; entonces ella besaba la frente.
"Su figura, de verdad, recordaba a una princesa".

ESHÚ AFRÁ , ORIBODÉ , TOCOYO YONÓ
Una de las más respetadas deidades del mundo religioso africano es el dueño de los caminos y las puertas, el mensajero de los dioses y quien posee las llaves del destino. Todos estos atributos, así como el de abrir y cerrar cualquier celebración, pertenecen, para los yoruba, a Elegguá, con su rostro de piedra y sus ojos de caracoles; a Lucero para los cultos de origen congo; y al Geguá de los mandingas. En lucumí antiguo es Elégbara. También en algunas advocaciones es Eshú, ya sea Eshú Abaile, Eshú Baraiña o Eshú Okú Boró. Algunos viejos creyentes le llaman Jundajó. También lo mencionan como Barbajureco Topó Yayino. Esta deidad es quien puede unir a dos enamorados o hacer que no se vean más. En todos estos cultos se presenta como un niño que viste de rojo y negro, usa garabato de palo de guayaba y sombrero, y gusta de los caramelos y los papalotes. Son caminos suyos Olankia Barakikeño; así como Marimoyé. El que vive detrás de las puertas es Oribodé. Para el rito vodú, con poderosa influencia dahomeyana, es Attibón Legbá.

En la Regla Arará, Tocoyo Yonó reúne las mismas características; y, en algunos casos, vive fuera de la casa en una pieza antigua en forma de bocina que se utilizaba en los viejos ingenios para cristalizar el azúcar. Hubo de adaptarse el respetado fodú al proceso de asimilación cultural impuesto. También se le conoce como Makéno o por Ogguiri Elú. Se le menciona como Kenene. Existe un Elegguá (Afrá) que viste de rayas azules y blancas con ribetes en rojo y baila con dos garabatos de piñón de botija, en vez de uno, y al que hay que tratar con mucho cuidado pues es muy violento. Gusta este Elegguá de la comida cruda.

En lo que era la Sociedad Africana de los ararás se le denomina Eshú Afrá. También otros religiosos lo mencionan como Afraní y lo sincretizan con el Santo Niño de Atocha.
En la portada que da al patio de la casa de Armandito Zulueta, en San Juan esquina a González en Perico- y debajo de una mata de piñón- está enterrado un Tocoyo Yonó que sirve de guardiero a aquella Casa-Templo.

Desde la humilde cama donde reposa los muchos años vividos, Evarista Juara,"Cunda" hace memoria y recuerda a Florentina:
"Yo me acuerdo de ella. Hablaba muy suave, calladito. Su ropa siempre estaba almidonada. Tenía marcas en la cara; marcas de allá-de su tierra. Era una persona de mucho respeto .”
Hace silencio Sus ojos buscan en la oscuridad de siempre.

“Se me pierde. Sí... se me pierde. Yo conocí a Florentina Zulueta “.
Justa Carol y Ayllón -por fuerza de látigo los apellidos aristocráticos- ha visto un siglo desde su nacimiento en el rincón matancero de Recreo .
“Ma Florentina era una africana que cuando se subía de su santo era algo muy grande. Tenía un vestido rojo para su fiesta. Cuando murió le tocaron tambor todo el día y se le cantó. Ma Florentina es como un santo. Sí..., como un santo.”

Con esfuerzo se ajusta el pañuelo amarillo a la cabeza. Toda su sangre conga se apoya en el bastón. Camina...
La figura de  Florentina de pie, parecía una ligera sombra inmóvil .Roja, la amplia saya terminaba en mariposas de encaje .Se habían posado después de un largo viaje por caminos y silencios . Donde conocieron el tiempo. Después de las alas, los pies que sufrieron el monte, cuando machete en mano lo desbrozaba. Ahora, entre pequeñas flores bordadas, se acostumbraban a las zapatillas.

En los brazos hermosos caracoles donde el mar y el viento encerrábanse en un vuelo indetenible. Firme el rostro ,dominaba el breve espacio.Sólo las marcas de su tribu y Ia mirada lejana, en un perdido sueño. Detrás, la majestuosa salvadera en espléndido abismo.

La única fotografía de Florentina Zulueta hubo de perderse. En el recuerdo de su hija de crianza permanecieron el momento, las mariposas de encaje y los caracoles hechizados.
"Ma Florentina fue vecina mía. Yo le decía Abuelita .Usaba vestidos anchos, muy lindos. Tenía su altar y su bandera. Todos Íos africanos iban allí a verla. Me recuerdo que quería mucho a Victoria.”

Ya no quedan negros que hablen . Todos se han muerto ... “
Los noventa y nueve años de Celestina Pedroso , “Minga” , nacida en “La Angelita” , bautizada en “Guamutas” , parecen dispuestos a continuar la lucha ; a pesar de sus ojos tristes como un mar de invierno .

IGGI-OLORUN

En la concepción religiosa africana la ceiba es un Dios-Árbol. Los ararás
respetan al gigante de nuestros campos, pues consideran que en ella vive
Arému, un fodú muy identificado con la Obatalá lucumí. A su lado pernocta
Yemmú.

Para nuestros informantes la ceiba fue el único árbol que el diluvio respetó. Por eso le llaman Iggi-Olorun, o sea, "Árbol de Dios" El primer morador de la ceiba fue Changó, el Hebioso arará. Otro fodú que vive en la ceiba es Bóku. Otros creyentes afirman que Obbá-Lomi, una diosa muy antigua, es habitante de este árbol. En ritos congos se le conoce como Congo Azueca. También los ararás estiman a Loko -en dajome-, que es lroko, quien tiene a la ceiba por su casa. Este último fodú está siempre acompañado de la diosa Asabá.
Los ararás consideran que quien dañe o corte una ceiba tendrá el castigo eterno de Oloffi. En el "Arguedas" existía una ceiba llamada Afimaye donde se depositaban las ofrendas del culto arará. Un mensajero las llevaba hasta el pie del árbol. Los tambores y los cantos no cesaban hasta que regresara el mensajero; al que se le tranquilizaba por medio de rezos y "limpiezas sobre su persona, con las yerbas artemisa, albahaca morada y vencedor.

LOS GEMELOS
Los ararás rinden culto a las potencialidades mágicas de los gemelos . Consideran que el nacimiento de dos hermanos en un parto preserva a las familias de posibles desdichas.
El creyente ewé-fon los representa en dos muñecos, vestidos de rojo y negro o de rojo y blanco, a los que se le ofrecen comidas y dulces. Para los ararás ellos provienen de Zoun, la tierra de los muertos. Se adornan con llaves, medallas y monedas. Nacieron en el río y no le temen a nada sobre la tierra.

Generalmente todos los conocen con el nombre nigeriano de los Ibedyis. Dicen que son hijos de Mase y de Hebioso, que los ama entrañablemente. Se sincretizan con los santos católicos San Cosme y San Damián.

En la Casa-Templo de Armandito Zulueta existen dos jimaguas llamados Marassa que pertenecen al culto de los negros franceses y que fueron heredados de su madre Teresa La I.
Concepción Parovani une a sus noventa años de edad, una dulce manera, un aire firme.

"La Sociedad Africana era una ideología. Todo allí era respeto, bienestar y grandeza. Era un lugar de fundamento. Yo era muy pequeña y vivía en Reglita; no podía entrar en la Sociedad salvo el día que festejaban a los niños. Era la Sociedad Africana la más importante Casa de Santo que había. También estaba la de los gangas, con los Diago. “

"Mi abuela se llamaba Ma Casimira y fue esclava de la finca 'Palestina' y era hija de lucumí con gangá. Los bisabuelos, Ma Teresa y Ta Bonifacio, fueron esclavos también, de nación carabalí. Mi otro abuelo era mandinga. Así es la mezcla que tengo. “

"En sueños, una vez, se me presentó don Julián Zulueta. Lo vi como un hombre de bastante estatura, elegante, muy presentable; vestido de blanco, con botas altas, muy limpias, y montado en un caballo moro. Me dijo que había que darle de comer a la laguna del central. Se le veía como avergonzado de todo lo que le había hecho a los negros. Más tarde hablé con Elizarde, un negro arará, muy viejo, que había conocido a Zulueta y me dijo
que era así mismo como el sueño me lo trajo".

El sol se detiene en la pared. Descubre varias imágenes y objetos religiosos; un San Antonio sosteniendo guano bendito; una Santa Lucía; un ojo en constante acecho; un Cristo agónico dentro de una copa de agua, nueve vainas de framboyán secas y una berenjena.(38)       
                    
Concepción se acerca, con su pelo blanco de algodón y luna, relucientes los corales de su collar, para añadir:
"Mi nombre de santo es Adeniqué. Tengo a Ochún en mi cabeza hace muchos años..."(39)

Cerca del cardón, donde el patio de la Sociedad Africana terminaba en lo que fue el humilde vara en tierra de Ma Coleta, estaba el pozo. Mas allá, aislada, una pequeña casita de madera, donde vivía Agró.(40)                      .   .

Piedras antiguas como de un mar abuelo, misterioso, conformaban el ennegrecido brocal, donde el musgo desbordante barnizaba su aparente reposo. Se perdía la luz bajo la fronda de la útil baria. Entonces, el gran ojo, silencioso, daba la impresión de una muerte apacible. En lo alto suaves tintes naranjas anunciaban la caída de la tarde. Era el momento en que despertaba el galán y las gallinas alcanzaban el limonero.

Dicen que allí, junto al pozo, aparecía un negro corpulento, vestido con pantalón de saco, sosteniendo un largo bastón cubierto de conchas y caracoles; con unas manazas poderosas, donde las venas, en desordenada geografía, mostraban las huellas de profundos, abismales, lejanos ríos.

Turbaba la altivez del apuesto visitante. Seguro el dueño del pozo, imaginamos; el señor que gobierna los seres que viven allí: varios ofidios de flamante piel y ojillos inconmovibles, pero todos "respetuosos caballeros".

A esa hora. Florentina recogía a los muchachos y los encerraba en un cuarto. Entonces, el canto que le brotaba era una dulce razón para convencer al negro del bastón y de las venas para que desapareciera.

Ya el lucero descansaba en lo alto de la protegida ceiba.

DAÑE , SABORISSÁ , TOKUNO
La diosa de la centella, el viento y las tempestades es, para los ararás, Dañé.
La misma Oyá Yansá de los yorubas y la Centella de los congos.

La tierra de Dañé es Otá, aunque también se menciona a Tapa. Un camino de Dañé es Naé. Así la reverencian los iyesás. Ella vive en las tumbas junto a los muertos. Posee plumero de cola de caballo, que todos los consagrados que asisten a los funerales pasan por el féretro del religioso fallecido. Para ellos es simplemente "pasar el rabo ".

Dañé usa collar de cuentas carmelitas rayadas en blanco y negro. Fue mujer de Hebioso y lo sigue a todas partes. Es muy hermosa y no le gustan los niños. Se sincretiza con Nuestra Señora de la Candelaria y con Santa Teresa de Jesús.

Otro culto arará es Saborissá, el oricha Argayú, padre de Hebioso. Un camino suyo es Onirán. Es el dueño de los campos y de los volcanes. Viste de rojo y se asienta en los hombros, no en la cabeza. Saborissá es más fuerte que el hierro y puede más que los recuerdos y la tristeza. La palma real le sirve de bastón. Cuando se empina, ve a todo el mundo. Está sincretizado con el culto católico de San Cristóbal.

Otra fuerza reverenciada por los ararás es Tokuno, fodú que todo lo descubre. En cada momento es capaz de lograr lo que es necesario. Si no existe lo necesario, lo inventa.

Vestida de cañamazo azul,(41) pañuelo blanco, sin zapatos, con sus dientes mellados, Ma Bónquiri fue una de las primeras ararás que vivió en la hoy calle de Clemente Gómez, al cesar la esclavitud. En el cuello llevaba una sarta de caracoles y colmillos de perros y cuidaba de Orichaoco(42). Dicen que Ma Bónquiri era de Oyanga, una tribu de Dahomey, y formó parte de un grupo de negros grafé y yopás que vinieron como esclavos. Su pequeña casita de madera y cartón, donde el piso de tierra mostraba el abandono, era el refugio de aquel ser callado, huidizo, misterioso, al que no se le entendía lo que hablaba. Sólo prestaba atención a los cuidados de Florentina. Su vida fue una ráfaga, un desamparo. Más allá de su existencia, el mar y la nada. De su memoria sólo quedan el viejo mamoncillo y el espacio de su noche irrepetible.

Ma Inés, arará de nación, vendía bollitos de fríjol de carita y empanadas de carne, que fueron creando un gusto por estas comidas. Tenían el sabor especial que los negros le daban. Así desde hace más de cien años.

Hoy en día, en las fiestas del Carnaval o en la Semana de la Cultura, se ofertan estas comidas. Las preparan descendientes de aquellos africanos. Con ello, aseguran la continuación de esa costumbre, que forma parte de nuestra cultura como pueblo.

Llegaron los apellidos por el camino del tráfico negrero. José E. Angarica fue dueño de los ingenios "El Colombia" y "Desempeño", en Colón, y mostraba una sólida posición en los ferrocarriles de Cárdenas y Jaruco, en el Banco Industrial y Alumbrado de Gas. Le impuso la seña paterna. La familia Diago, hacendados dueños de los ingenios "Santa Elena", "Ponina" y "Tinguaro", figuras principales de la burguesía esclavista-industrial, le ofreció el sello materno. Arístides Angarica Diago, que recibió su consagración religiosa bajo el nombre de Lori-Obá, es uno de los tamboreros arará de mayor oficio.

Desde los quince años domina los tambores; pero en La Caja hubo de encontrar su mejor disposición, la que toca con palos, logrando el poderoso ritmo que señorea en todo su diapasón sonoro.
Ñuco, como lo conocemos, aprendió el tambor de su padre Cuito, y es nieto de Victoria Zulueta. Fue criado en la Sociedad Africana, de donde las profundas raíces se le han adentrado en sus firmes manos que lastiman o acarician, percuten o sacuden el cuero resonante, logrando el soberano misterio del mensaje africano.

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