viernes, 8 de abril de 2011

LAS TRADICIONES CULTURALES Y RELIGIOSAS AFROCUBANAS (III)

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu/pdf/crisol03.pdf continuación... 
 Sobre el monte y su naturaleza mágica y medicinal

Dentro de este culto del monte, el bosque o la floresta, tiene una relevancia singular la palma real (Roystonea regia, de la familia de las palmáceas). Se trata de un árbol especial para los cubanos, que incluso se encuentra representado en el escudo nacional de la República de Cuba, y fue proclamado monumento nacional en la legislación forestal. Algunas décadas atrás se calculaba que en el país existían más de 10 millones de palmas, de hecho casi una para cada habitante. Éstos son árboles con propiedades particulares: sus frutos, el conocido “palmiche”,  se empleaba en la crianza de animales y hasta en la alimentación humana; sus ramas, tanto para armar las empaquetaduras o “tercios”de tabaco, como para la construcción de los techos o las cubiertas de los bohíos, ranchos o viviendas; y hasta sus troncos eran aprovechables.

Estas características de las palmas fueron conocidas por los aborígenes, más tarde por los cimarrones, o esclavos escapados de las haciendas y propiedades de sus amos o dueños; y luego por los campesinos y
los llamados “mambises”, combatientes por la independencia de Cuba. La palma real posee un tronco de gran altura y un penacho superior, que, en innumerables ocasiones, atraen los rayos o relámpagos en las tormentas eléctricas.
Por ello, no es un árbol cualquiera, es nada más y nada menos que el refugio de Changó. Así lo analizó Lydia Cabrera en su obra. “Changó, el trueno —‘el artillero del cielo’—, ‘va siempre a la palmera’, ‘cae siempre en la palma real’. La asociación con el gran orisha se hace inevitable. Por el rayo, que fulmina todos los años un número considerable de estos árboles, sobre todo en la estación de las lluvias, Alabbi o la palma real tiene también, en la economía religiosa de nuestro pueblo, un valor aproximativo tan sagrado e importante como la
ceiba. ‘La ceiba es del Santísimo; la palma de Santa Bárbara’. ‘La palma coge el rayo y se lo guarda dentro
’. ‘Tiene potestad para amarrar el rayo’”.
La palma real ha tenido también determinada significación para los ñáñigos o abakuá: “Bajo la palma, a
orillas de un río del Calabaar, se manifestó por primera vez el espíritu que adoran los ñáñigos o abakuan.
‘Nuestra religión se organizó al pie de la palma; por eso la adoramos. Por eso es nuestro emblema. En la
palma fue la aparición. La palma fue testigo de vista del misterio. Debajo de la palma se enterró a Sikan’”.23
Estas connotaciones de la palma —y de la ceiba— se han mantenido, y aún hoy pueden encontrarse a menudo las ofrendas de los diversos creyentes afrocubanos en los troncos de estos árboles, sobre todo en parques y áreas verdes de la ciudad de La Habana. Pero si la ceiba y la palma real son árboles especialmente sagrados, en general todo el monte lo es, y otras especies de plantas necesitan de determinada devoción. Tal es el caso de la siguaraya, cuyas características han sido llevadas a la música popular. El afamado músico cubano Benny Moré, considerado el más grande sonero cubano de todos los tiempos, interpretó una pieza musical donde se le rinde culto a la siguaraya. Un fragmento de esta composición dice así:

En mi Cuba nace una mata,
que sin permiso no se pue’ tumbá,
no se pue’ tumbá,
porque son de orisha,
esa mata nace en el monte,
esa mata tiene poder,
esa mata e’ siguaraya,
siguaraya, que va, que va,
con permiso, yo va’ a tumbá’.

En otros casos, el monte o el bosque es sagrado porque también ofrece plantas que —por sus propias
características, conocidas modernamente como “principios activos” en la medicina verde— pueden
curar numerosas dolencias. Téngase en cuenta que a los africanos esclavos no se les proporcionaba regularmente asistencia médica para la curación de sus enfermedades, y la mayoría de ellos la obtenían de
las plantas. Muchos de los dueños de esclavos consideraban a los preparados naturales de los esclavos como “brebajes”, o actos de fetichismo, y por ello consultaban a los médicos de la época para aliviar sus dolencias y enfermedades. Pero aún así, y por si acaso, ya fuese por motivos de creencias religiosas encubiertas o por su propia seguridad, en secreto — o de forma íntima— utilizaban los cocimientos, apósitos y otros preparados elaborados por los esclavos de mayor edad y experiencia, pues conocían de su relativa efectividad.
En Cuba los esclavos tuvieron que aprender durante siglos las propiedades de estas plantas, que en algunos casos se parecían a las africanas; pero en otros, eran plantas totalmente desconocidas para ellos. Es probable, que los pocos aborígenes que quedaron en Cuba, quienes también utilizaban las plantas por sus propiedades naturales y “mágicas”, hayan contribuido de algún modo a la sapiencia popular acerca de las plantas. Este conocimiento acerca de las propiedades medicinales de las plantas silvestres fue transmitido de generación en generación, principalmente por los esclavos; pero también por los campesinos. La combinaci
ón de estas características naturales y “mágicas ” o sagradas de las plantas fueron divulgadas hasta en la música popular. Un caso conocido es la canción Yerbero moderno, de Néstor Mill Oliver, que se hizo
célebre en la primera mitad del siglo XX. Un fragmento de ella dice así:

Traigo yerba santa, pá la garganta,
traigo el caisimón, pá la hinchazón,
traigo abrecaminos pá tu vecino,
y traigo la ruda, pá’l que estornuda.
También traigo albahaca, pá la gente flaca,
el apasote, para los brotes,
el betibé, pá’l que no vé,
y con esa yerba, se casa usted.

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